dimarts, 18 de febrer del 2025

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Basilea, 28 de abril de 1545

    De nuevo el silencio, el fuego tan solo y un carro que pasa por la calle lanzando crujidos. El italiano sabe lo que se hace, esgrime sólidos argumentos. Sirve vino y me ofrece el vaso. Un suspiro, luego en tono casi fraternal: 
    -Amigo mío, ¿de veras queréis pasar el resto de vuestros días en Basilea? ¿De veras no llegan a aburriros las infinitas discusiones de toda esta gente? Sois un hombre de acción, lo dicen vuestras manos y vuestra mirada. 
    Apenas sonrío:
    -¿Qué más os dice mi mirada?
    En voz baja: 
    -Que no os importan mucho los derroteros que puedan tomar los acontecimientos, pero que aún sois capaz de dejaros fascinar por un paisaje desconocido. Y que precisamente por eso podríais embarcaros en esta empresa. De lo contrario, no habríais venido a verme, ¿o me equivoco?
    Perna es un hombre singular, materialista y roñoso, pero al mismo tiempo agudo y refinado conocedor de los hombres. Une la sapiencia doctrinal a un sentido concreto de las cosas: una mezcla que he encontrado raramente en la vida. 
    Degluto el vino, el sabor llena mi boca. Le dejo continuar, he aprendido que no es fácil frenar su lengua: 
    -Habéis conocido las armas y las letras. Habéis luchado por algo en lo que creíais y habéis perdido la causa, pero no la vida. Espero me comprendáis, hablo del sentido de la vida que une en común a gente como vos y yo, la incapacidad de detenerse, de quedarse cómodamente en algún oscuro rincón, en espera del fin; la idea de que el mundo no es más que una gran plaza a la que se asoman los pueblos y los individuos, desde los más grises a los más extravagantes, desde los matachines a los príncipes, cada uno de ellos con su insustituible historia, que nos habla de la historia de todos. Vos debéis de haber conocido la muerte, la pérdida. Tal vez ha sido una familia, en alguna parte, en las tierras del norte. Con seguridad muchos amigos, perdidos por el camino y nunca olvidados. Y quién sabe cuántas cuentas que ajustar, destinadas a seguir estando pendientes. 
    La luz del fuego le ilumina media cara, le hace asemejarse a una criatura fabulosa, un gnomo sabio e intrigante al mismo tiempo, o tal vez un sátiro, que te susurra secretos al oído. Sus ojillos diminutos parpadean junto a las llamas.
    -Estoy hablando de eso, ¿entendido? De la imposibilidad de detenerse. No es acertado. No lo es nunca. Habríamos tenido que hacer otras elecciones, hace mucho tiempo, y ahora ya es demasiado tarde. La curiosidad, la insolente, terca curiosidad de saber cómo va a terminar la historia, cómo concluirá la vida. De eso se trata, de nada más. Nunca es el afán de lucro el que nos lleva por el mundo, nunca es solo la esperanza, la guerra... o las mujeres. Hay algo más. Algo que ni yo ni vos podremos describir nunca, pero que conocemos perfectamente. Incluso ahora, incluso en el momento en que os parece haberos alejado demasiado de las cosas, incuban en vos las ganas de conocer el final. De seguir viendo. No hay nada que perder cuando se ha perdido todo. 

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