Si el amor es una guerra, la perdí la primera noche que pasé contigo.
Si esto ha sido un baile, hemos estado pisándonos los pies con cada movimiento de batuta del director.
Si esta ha sido nuestra historia, nunca tuvo ni una mísera oportunidad de haber ido a mejor.
Ahora que ya no corre sangre para ti, puedo verlo. Puedo ver cada traición, cada palabra, cada mentira autocomplaciente. Puedo alejarme y notar el miedo recorriendo cada arruga en mi cerebro. Porque esta historia con demasiados errores y ningún acierto no podía tener otro final. Y cada pelea, cada fracaso por ser inteligente, era un mero anticipo. Un aviso en la puerta, una nota en la nevera. Un golpe contra el cristal, el náufrago que sobrevive bebiendo agua con sal. Lúcido, raudo, era un réquiem y su nota final. Sabía que estaba por llegar, y aún así, no quise cambiar el guión. Seguí creyéndome el papel, volví la mirada al teatro vacío y repetí para mi supuesta mujer:
- Abrázame.
Estaba solo en esa cama. Y aún así, no quería otra almohada ni otras hormigas. No quería otra respiración en mi nuca. No quería otras costillas contra mi espalda, quise ser sus ojos, quise que me atravesara el alma. Encontré descanso durante unos crueles minutos en un falso consuelo.
Pero no fue nada más que eso. Otra mentirijilla para calmar un anhelo.
Otro amor que se había ido volando por el balcón.
Otras palabras que ya no mentían.
Éramos, otra vez, humanos a la deriva.
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